José no escuchaba a nadie.
Sólo fingía hacerlo y al creer necesitar algunos de los tantos consejos que ignoraba, lamentaba casi un segundo el haberlo hecho.
Huyó repetidas veces de su casa; interfería en la privacidad de los árboles en los poblados bosques.
Escuchaba al fin las poco ruidosas conversaciones entre los n-métricos habitantes de tan verde ambiente y el viento que pasaba por ahí.
Más que escuchar, oía y entendía el porqué de su desdén.
La razón de su desinterés se hacía cada vez más clara; en el bosque podía olvidar por un rato todos los problemas que acosaban día a día a la sociedad que lo rodeaba.
En uno de sus tantos regresos a la ciudad, fingió escuchar -otra vez-, fingió reír, fingió ser feliz.
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